DRAA Y CHIGUI


Draa. Me gusta pronunciarlo con las dos aes, que para eso están. Un nombre sonoro, con mucho aire. Incluso diría que con aire caliente de Berbería.

Chigui. Abreviatura de «chiguito», que en Palencia significa «niño».

Son hermanos, mastines de la montaña palentina. Grandes. Feroces cuando hace falta. Juguetones. Sobre todo, fieles. Cruzan la península ibérica, se embarcan hacia las Indias y acompañan a Álvar a donde quiera que este vaya, tanto si es a descansar y llevar una vida regalada como si es a pasar necesidades y luchar a muerte. ¿Porque no saben adónde van? Me apostaría las orejas a que si lo supieran irían igual.

Dicen que los mastines son perros que se hicieron grandes en el Himalaya o por ahí, antes de llegar a Europa. Porque hacían falta guardianes capaces de enfrentarse, principalmente, a los lobos. Con una carlanca al cuello, eso sí.

Los mastines no son perros pastores, son guardianes del ganado. Parece que los primeros deben tener mayor dominancia sobre las ovejas que suelen cuidar; las guían, las reúnen y andan por la periferia del rebaño. Los mastines andan confundidos con el ganado y no corren detrás de las vacas descarriadas.

En las últimas décadas y en ocasiones relacionadas con la recuperación de las poblaciones de lobos, se multiplican las experiencias de utilización de perros, cuanto más grandes mejor, como guardianes. Por ejemplo, de la raza Montaña del Pirineo en la Patagonia argentina para proteger a las ovejas de zorros y pumas, o de razas variadas en Estados Unidos en zonas donde se han reintroducido lobos.





Son muchas las ventajas de los perros frente a otros métodos como el veneno o la caza de predadores: no matan indiscriminadamente; generalmente ni siquiera matan. Los ladridos y las marcas olorosas de los perros son suficientes para ahuyentar a enemigos menores, y en caso de enfrentarse a lobos solo los persiguen hasta alejarlos del ganado. Al menos es lo que debe hacer un buen perro guardián, y es lo que se incentiva en ellos.

Para que los mastines defiendan al ganado se los cría como si fuesen una vaca más y crecen creyendo que su familia es el rebaño y que deben protegerlo. Draa y Chigui no. Álvar, a la vuelta de la toma de Túnez, sabe cómo adiestrarlos como perros de batalla. Les comunica sus órdenes mediante señales hechas con las manos y movimientos de los brazos y usando la voz.

Desde la antigüedad los perros fueron aliados en las batallas. Desde luchar junto a los guerreros en condiciones más o menos de igualdad hasta llevar una mina magnética con una esvástica atada a la espalda y buscar tanques rusos bajo los que meterse y explotar. O al revés.

En las manos equivocadas, Draa y Chigui serían armas infernales, seres abominables, monstruos. Siguiendo a Álvar son una extensión de su fuerte sentido de la justicia. Porque, al final, un perro adiestrado es lo que su dueño quiera que sea. Ángel o demonio. Héroe o villano.