Acerca de otras conquistas no tenemos dudas, o no
las solemos discutir. Esos heroicos colonos y soldados avanzando hacia el oeste
por el territorio de Norteamérica y defendiéndose de los malvados indios; aquellos
belgas, franceses, holandeses y demás en África; los maoríes… ¿alguien sabe
cómo se trató a los maoríes? Pero si hablamos de América de México hacia el
sur, la cosa cambia; vaya si cambia.
(Augusto Ferrer-Dalmau ha pintado cuadros como este, en los que se «respira» el aire, se siente el ambiente que representan. Incluso pueden comprarlos en esta página web).
No soy quien para explicar ni los motivos, ni las
circunstancias de la famosa leyenda negra;
doctores tiene la Iglesia. Solo me he puesto en la posición de algunos de los
personajes de «Cabo de perros» y he discutido conmigo mismo a través de ellos
sobre algunos temas relacionados con la conquista de América. ¿Eran Las Indias
ese paraíso de fraternidad y paz que nos pintan? ¿Eran los conquistadores seres
inhumanos? ¿Deberían los indígenas estar agradecidos por tener a su alcance
todo el saber de occidente sin necesidad de currárselo? ¿Y la salvación de sus
almas? ¿Por qué los americanos no aceptaban todos los avances que les llevamos,
como nosotros no renegamos de lo que nos dejaron los romanos, los árabes y
demás? ¿Fueron los desmanes cometidos ordenados por la Corona española, o
hechos en su contra? ¿Los indígenas, en circunstancias contrarias, se habrían
comportado de forma mucho más humana? ¿Los indios eran seres primitivos? ¿Un
barco de españoles, el primero en llegar a aquellas tierras, atacado por miles
de indios nos indica un pueblo pacífico? ¿La guerra y la esclavitud fueron
exportadas por los españoles? ¿Los conquistadores consideraban a los indígenas
seres humanos, solo que diferentes? ¿Los indígenas querían que los recién
llegados los trataran bien, o que les dejaran vivir a su aire?
En «Memorias de América I: Cabo de perros» y en su
continuación y final, «Memorias de América II: Ierê», los personajes hablan de
estos temas y cada uno expone su punto de vista, dispuesto a defenderlo
ferozmente: el soldado que ha perdido a la mayor parte de sus compañeros a
manos de los indígenas, el castellano que busca dar un trato más justo a los
indios, el indígena converso e hispanizado, el guaraní que no quiere saber nada
de los españoles.
Aquí, en este libro, no hay una respuesta clara para
todas las preguntas.
Pero no es un texto tipo «ensayo», ni «para eruditos».
Todas estas ideas se discuten en lenguaje coloquial y en medio de la acción,
que sigue la trepidante vida narrada por Ulrico Schmidl y Álvar Núñez Cabeza de
Vaca en sus relatos que tanto se complementan como colisionan.