La conquista del centro
de Sudamérica fue diferente.
En México y en Perú los españoles se encontraron con sociedades construidas
en torno a una y otra etnias que dominaban a las restantes. Con ciudades y una
estructura piramidal de poder; con un centro administrativo y un rey o similar.
Así que se dirigieron a la capital y se enfrentaron con el que mandaba,
aprovechando las guerras intestinas y el hartazgo del sometimiento a una
cultura diferente, hostil y dictatorial, fuese inca o azteca. Fueron
suficientes unos cientos de españoles para someter a millones de indígenas.
─De todos modos, todo esto no va a durar mucho ─asegura el rubio─. Los
espacios como este, sin españoles, los indios haciendo su vida… Supongo que el
rey debe de estar matando luteranos y se ha olvidado de estas tierras… Bueno,
la verdad es que de aquí no ha sacado nada hasta ahora más que problemas. Mirad
en México: llega Cortés con unos cientos de hombres, lo conquistamos todo y
mandamos un montón de oro a España por el rescate de Moctezuma…
─Sí, ya lo sé, dicen que con ese dinero el rey pagó toda la campaña de
la toma de Túnez.
─Pues para que veáis… Y después Pizarro con aun menos hombres
conquista todas esas montañas con minas de plata y de oro. Y aquí, ¿qué? Ya han
venido más de tres mil hombres y ni conquistan nada, ni encuentran oro, ni dan
noticias… Así que tampoco me extraña que el rey no quiera enviar más gente
aquí. Pero cuando la envíe, se van a repartir a todos estos indios, a todas
estas indias y todas estas tierras. Y si no, al tiempo.
(Memorias de América II: Ierê, p. 257)
Efectivamente,
los alrededores de los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay no tenían nada que
ver con los virreinatos del Perú ni de la Nueva España. Los indígenas,
divididos en muchos grupos étnicos en constante conflicto entre sí, no tenían
una capital ni un rey únicos.
De
todos modos, los más abundantes, los guaraníes, sí tenían en Lambaré el centro de
su sociedad. Y Lambaré se convirtió en Nuestra Señora de la Asunción, hoy
capital de Paraguay.
─Aquí donde estamos había una ciudad que era donde vivía
el rey de los carios, que es la generación de indios de esta comarca. La ciudad
se llamaba Lambaré. Tenía una empalizada doble de troncos muy gruesos, mucho
más fuerte que esta, y los indios habían cavado fosos fuera con palos afilados
como agujas clavados en el fondo, para que cayesen los enemigos y se muriesen.
Estos fosos los tapaban con hojas y ramas con tan buena arte que no se veían.
»Nosotros veníamos buscando comida, que en Buenos Aires
ya no quedaban ni cucarachas para comer y hubo quien se comió trozos de sus
propios compañeros, Dios les tenga misericordia y a todos nosotros. Los carios
nos mandaron decir que pasáramos ligero y que no nos detuviéramos aquí, que
ellos nos darían un buen rescate de alimentos y aun no nos atacarían. Mi
capitán Ayolas mandó una Lengua para decir que queríamos ser amigos y descansar
en su ciudad y compartir sus alimentos. Los indios no quisieron saber más y nos
acometieron con fuerza de cien a uno, que eran muchos miles los indios y
pensaron que sería cosa fácil vencernos y aun comernos como suelen hacer.
Cuando nuestros arcabuceros dispararon, los indios sintieron un grande miedo
porque sus compañeros caían y no veían flechas, ni lanzas en ellos, sino solo
un agujero. Con eso y con el ruido todos corrieron de vuelta a la ciudad y con
tanto pavor que docenas de ellos cayeron en sus propios fosos y se ensartaron
─Álvar y Diego escuchan en silencio la narración de la batalla que se
desarrolló en aquel mismo lugar y tan solo unos años antes─. Entonces el rey de
ellos pidió perdón y nuestro capitán, siguiendo las órdenes de su Cesárea
Majestad de que hay que ofrecer amistad a los indios tres veces aunque nos
ataquen, tuvo que perdonarlos.
─Entonces, ¿no hubo saqueo de la ciudad? ─se asombra
Álvar, recordando la jornada de Túnez.
─Las leyes que traemos no nos permiten saquear en
territorios amigos. Pero el rey de los indios mandó llevar a mi capitán Ayolas
comida, seis mujeres, bichos y otras salvajinas y a cada soldado nos dio dos
mujeres.
─¿Les regalaron sus propias mujeres? ─se sorprende Álvar.
─Y buenas mujeres son. Trabajan en el campo, traen comida
a la casa y dan solaz al soldado.
(Memorias
de América I: Cabo de perros, p. 34).
Aunque en boca de los personajes de Memorias de América, los
hechos que relatan o comentan provienen de dos textos de la época: el escrito
por Ulrico Schmidl y el de Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Schmidl y Cabeza de Vaca
coincidieron en Asunción, aunque en facciones distintas, y es probable que el
segundo, gobernador, no supiera mucho acerca del primero, un simple soldado
alemán. En ocasiones dan versiones encontradas de los hechos, mientras que en
otros casos se complementan y las lagunas de uno se pueden rellenar con lo que
cuenta el otro.
En cualquier caso, más que la conquista de tierras, el
objetivo principal pareció ser llegar hasta el reino del Rey Blanco, donde podrían
encontrar abundante plata que cambiar por baratijas. Schmidl afirma que su
trabajo en la expedición no era conquistar nada, sino únicamente proteger de
los piratas los tres barcos alemanes con mercancías para comerciar con los
habitantes del Nuevo Mundo. Es más, las instrucciones del capitán Ayolas eran
socorrer a la primera expedición y fundar ciudades que jalonasen el camino
hasta las montañas donde supuestamente abundaba la plata.
Tormentas, naufragios, hambre, enfermedades y ataques de
los indígenas diezmaron las expediciones españolas en los primeros años, y solo
la ambición de los guaraníes permitió a los españoles establecerse en un
territorio tan hostil. Aun así, su situación no era muy estable y hubieron de
pasar décadas hasta que se pudiese considerar que los conquistadores ejercían el
dominio de aquella área.
Algo que podemos considerar seguro es que durante muchos
años una coalición de los indígenas en contra de los españoles habría terminado
con estos con facilidad, pero la enemistad entre etnias lo impidió; siempre que
los guaraníes se alzaron contra los hispanos, hubo algún otro grupo que se alió
con estos a cambio de prebendas.
Y en todo aquel lío fue
donde se metió Álvar con sus dos mastines adiestrados como perros de guerra.Solo en Amazon.