Los indígenas de los llanos orientales de Sudamérica en el siglo XVI no
tenían nada; ni catedrales, ni libros, ni ruedas, ni acero, ni instrumentos de
navegación marina, ni pólvora, ni universidades, ni na de na… Seguramente
estaban menos avanzados técnicamente que los pueblos celtas e iberos cuando
llegaron los romanos.
Los españoles debieron de pensar: «Esta gente está como nosotros hace tres
mil años» y, en consecuencia, considerar que los avances que les proporcionaban
serían un bien inconmensurable. Igual que en España damos mucho valor a todo lo
que nos dejaron los romanos y los árabes, entre otros.
Es de cajón.
¿O no es así, tan simple?
Porque si empezamos por pensar que una cultura es mejor que otra por estar
más avanzada técnicamente, seguramente estaremos metiendo la pata hasta el
corvejón, por decirlo de alguna manera.
Y no crean que es fácil asumirlo. Esta idea, que ya aparece en «Cabo de perros»
y «Ierê», flota en el ambiente aquí en Brasil y al final se me ha metido en la
cabeza. La primera vez que alguien lo mencionó me pareció una chorrada, pero
poco a poco me he doblegado.