Álvar
se pone en peligro más de una vez para luchar contra las injusticias, aun
enfrentándose a sus compañeros y compatriotas. En América, nuestro héroe
defiende un trato justo a los indígenas. La respuesta de estos, sin embargo, no
es siempre la que él espera. En realidad, allí cada uno tiene una forma de ver
las cosas que no está exenta de razón.
─Menos mal que las cosas han cambiado
─comenta Álvar con Mba’ehory, que ha aprendido español de su padre, Lengua del
gobernador.
─Sí. ─El indio, en cuclillas a la
puerta de su casa, mira pasar a los chiquillos corriendo.
─Antes los iralistas os tenían jodidos
─el palentino insiste, parece que molesto por la parquedad del indio y su
resistencia a reconocer las mejoras instauradas por Cabeza de Vaca.
─Sí.
─A ver, ¿estáis mejor que antes, o no?
─¿Mejor que cuándo? ─se lanza a hablar
por fin el joven, levantándose y mirando al español a los ojos─. Mejor que con
Irala, sí. Mucho mejor. ¿Mejor que antes de llegar los españoles? No. ─Álvar le
mira sorprendido─. ¿Qué os parecería que llegase un ejército de la otra parte
del mundo, que ni siquiera sabíais que existía, tomase vuestra ciudad por la
fuerza, os expulsase de ella y os hiciese rendirle tributos?
─Esa es nuestra historia, Maejoru. Los
cartagineses, los romanos, los suevos, los visigodos, los árabes...
─¿Y os gustó que os invadieran?
─No, claro que no, pero dejaron muchos
avances y nuestra lengua, la cultura...
─Vale, pero estáis hablando mucho
tiempo después de todo eso. Pensad en los habitantes de vuestra tierra cuando
fueron invadidos, e imagino que masacrados, torturados, esclavizados... ¿Creéis
que a ellos les pareció bien, pensando en los beneficios que los invasores
dejarían para las generaciones futuras?
─No ─responde el español, aparentemente
perplejo.
─Sois un buen hombre, Álvar. Queréis
que los carios seamos tratados como los demás súbditos del rey, que todos
vivamos en armonía, que nos respeten...
─Sí, eso es lo que quiero...
─Y eso os honra ─le interrumpe el
indio─. Pero nadie nos ha preguntado si queremos ser súbditos de vuestro rey.
Los carios no queremos vivir en armonía con los cristianos. Queremos que os
volváis a vuestra tierra y nos dejéis vivir nuestra vida tranquilos.
─¿Tranquilos? ¿Con los agaces, los
guaycurúes, los charrúas, los querandíes y todos los demás intentando quitaros
vuestros territorios y mataros? Nosotros mantenemos la paz...
─Estáis hablando como los soldados de
Irala, Álvar.
─¿¡Qué!? ¿Yo? ¡No!
El joven mira al montañés levantando
las cejas, posa la mano en su hombro con suavidad y después se aleja dejándole
cabizbajo y pensativo.
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