LA UTOPÍA AMERICANA


La llegada de Colón a América se considera el momento en que termina la Edad Media y comienza el Renacimiento. No solo el Renacimiento: al parecer, el Descubrimiento es una de las bases de la creación de una nueva corriente de pensamiento, la utopía.

De pronto, la Tierra es mucho más grande de lo que se pensaba y hay un continente nuevo habitado por seres humanos puros, sencillos y que viven en armonía entre sí y con la naturaleza. O al menos así es como los quieren ver muchos españoles, especialmente religiosos, deslumbrados por la obra de Tomás Moro.

Muchos peninsulares llegan a las Indias buscando en los habitantes del Nuevo Mundo trazos de esa vida utópica; tanto buscaban la utopía que al final la encontraban en cualquier detalle nimio y generalmente obviando los hechos que pudiesen contradecirla.

Una vez encontrada la sociedad utópica, lo suyo era mantenerla, especialmente con la dirección de algún franciscano inspirado. Y si no se encontraba, pues se creaba; esos intentos de obligar a los indios a vivir según las normas de la utopía de Moro no dieron buenos resultados…

Desde entonces, una vez entendido que la sociedad utópica no rulaba, se han sucedido las visiones utópicas del pasado precolombino: los españoles, aunque quisieran crearlo o mantenerlo, acabaron con el paraíso en la Tierra que habían encontrado.


En «Ierê», segunda parte de «Memorias de América», aparece una comunidad tal vez similar. No sabemos mucho de ella, solo que españoles e indios de varias etnias viven en aparente armonía compartiendo derechos y deberes. No hay registros históricos sobre esta comunidad, pero ¿quién dice que fuese impensable?