Benteveo, benteví, bintiví, bem-te-vi, bichofué, cristofué, certo güis, chicha fría, comechile, pitogüé, kiskadee... Pitangus sulphuratus.




Hace poco que ha amanecido. La pareja de Rupornis entra y sale de los árboles; también de la palmera. Buscan grandes insectos, aves, murciélagos, huevos. Cuando se acercan al nido de Pitangus, los bintivís los reciben con gritos, vuelos en picado hacia sus cabezas y picotazos, igual que harían con titís o con otros ejemplares de su especie. El nido está en el poste de más allá, adonde lo trasladaron cuando en la obra de enfrente llegaron cerca del antiguo.

Hay bintivís a puñados por las calles y los jardines; siempre hay alguno que se presta a la vista o al oído. Son tan comunes que ni parecen ser tan bonitos como son, con las partes inferiores amarillas brillantes y el antifaz negro. Y muy territoriales; he visto a un par de ellos caer desde un árbol sin dejar de darse picotazos y aletazos en el aire y continuar en el suelo. Con la cresta desplegada son más bonitos aun.

Después de pasar el día en los alrededores del nido, la pareja de bintivís viene a dormir a la palmera de casa. Pero hoy no. A mediodía vi un Pitangus muerto en la esquina y desde el atardecer he tenido la esperanza de que llegara el segundo, aunque sé que siempre vienen y se van juntos. Y hoy solo hay uno; ya es de noche cerrada y solo hay uno, no sé si el macho o la hembra. He mirado y remirado, pero no hay más que uno.


Pienso que está pasando su primera noche solo, zarandeado en su rama por un viento fuerte, y en medio de tanta violencia y tanta tragedia como hay por el mundo me pregunto cómo puedo sentir incluso más pena por un pájaro. Me pregunto también qué sentirá, qué sabrá, o que intuirá. Quisiera invitarlo a entrar en casa, acompañarlo, sentarnos frente a un par de cafés y charlar.

Vuelvo a la ventana y paso un rato más mirándolo. El murciélago gigante ya está haciendo su trasiego nocturno comiendo los frutos de la palmera. El bintiví, como tantas noches, lo ve pasar desde su rama. Pero hoy solo uno lo mira. Alrededor todo está oscuro.



En «Ierê» hay bentevís, colibríes, tucanes, jacanas, rayadores, ñandús, garzas, jabirús, cardenales, carpinteros, federales, buitres americanos, caburés, aningas, cormoranes…